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La Argentina acaba de convertirse en el único país del mundo capaz de producir insulina humana con vacas transgénicas. El logro científico-tecnológico la coloca a la vanguardia del reducido grupo de naciones –no más de cuatro o cinco – que están desarrollando moléculas de uso medicinal en animales modificados genéticamente.
A lo largo del mes pasado nacieron cuatro terneras sin parangón: todas ellas tienen en sus células – bovinas – el gen que les permite producir en su leche esta hormona –humana – que se utiliza para tratar la diabetes.
La dinastía Patagónia, cuyos primeros exponentes pastan rigurosamente vigilados en los terrenos, representa un nuevo hito en el desarrollo de una plataforma tecnológica para la producción de medicamentos: el llamado tambo farmacéutico.
Sólo en la Argentina se consumen anualmente alrededor de 200 kilos de insulina; la mayor parte, importada. La demanda mundial asciende a 20 toneladas. Por eso, tal como ocurrió con la hormona de crecimiento, en el caso de la insulina se hace necesaria una alternativa tecnológica de alta productividad y bajo costo para abastecer esta enorme y creciente demanda.
La técnica es la recombinación genética, que permite manipular el ADN y crear organismos específicamente diseñados para sintetizar proteínas de interés. En el caso de los bovinos, permite convertirlos en verdaderas fábricas ambulantes capaces de transformar pasto en medicamentos.
Pero aunque la idea es sencilla, la realización es un desafío nada desdeñable, porque si bien la insulina es una molécula muy conocida (y la primera que se produjo por recombinación genética, pero con bacterias), planteaba una serie de incógnitas.
Algo que inquietó particularmente a los científicos fue que existía la posibilidad de que su producción por parte de la vaca podía, en principio, ser tóxica para el propio animal.
Para sortear este obstáculo, fue necesario hacer dos desarrollos al mismo tiempo: por un lado, "armar" el gen del precursor de la insulina de forma que fuera inactivo en las vacas, y por el otro, insertarlo en el genoma bovino y lograr que se expresara solamente en el tejido mamario.
El 23 de febrero nació la primera ternerita y luego, tres más. Dentro de unos diez meses los investigadores inducirán en ellas la producción de leche para medir los niveles de insulina que segregan, pero los cálculos más conservadores indican que un rodeo de 25 animales podría satisfacer las necesidades locales de la hormona.
Después de la hormona de crecimiento y la insulina viene lo más complejo: los anticuerpos monoclonales, que consumen una cantidad enorme de materia prima biotecnológica. Y los animales transgénicos van a ser un vehículo idóneo para producirlos.
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